Hola Tatiana. Soy yo. El chico que se ha pasado por la
consulta del Centro de Salud de Villaverde donde trabajas. ¿No caes? Pues mira,
soy el que te ha enseñado la herida del codo que le salió hace un mes, que en
la última semana ha duplicado su tamaño y que además está infectada. Te va
sonando, ¿verdad? Por si las moscas, te recuerdo que me has despachado en treinta
segundos con la frase “a mí eso me parece una herida muy normal, no sé tú qué
verás”. Mi farmacéutica casi se echa las manos a la cabeza cuando se lo he
contado, Tatiana. Pero casi peor ha sido ese “si tienes algún problema te vas
el lunes a un dermatólogo”. Entiendo que mi tarjeta sanitaria sea de otra
comunidad autónoma y encima hayáis perdido unos diez minutos tratando de
formalizar mis datos. Lo entiendo. Pero, perdona si discrepas, no me creo que
la mejor cura que se te haya ocurrido para mí sea “agua y jabón”.
Como comentábamos la farmacéutica y yo (por cierto, qué
encanto de persona, Tatiana), es comprensible que tengáis un humor de perros
con el tajo que os han metido desde el gobierno. No conozco tu vida y no quiero
juzgarte. Pero lo que has hecho hoy es humillante, asqueroso. Impropio de tu
profesión. Has pagado conmigo las injusticias que otros han cometido contigo.
Me has cagado encima toda la mierda que te han hecho tragar. Luego se te
llenará la boca pidiendo derechos mientras escupes en los derechos de otros. Te
has pasado el código ético por… por agua
y jabón.
Espero que mi herida no se convierta en nada grave. Pero
también espero que por azares del destino no nos encontremos de nuevo en una
consulta ni fuera de ella. Quizá sea muy rebuscado, pero ojalá no te vea cuando
vaya con un micrófono en alguna manifestación, levantando las manos y clamando
por una justicia que dudo mucho que algún día llegues a comprender. Si has sido
capaz de convertir en invisible la tinta del compromiso social que tienes
firmado, quién sabe de lo que seas capaz, Tatiana, querida. Me intrigas. Me das
arcadas.
Y a otro nivel, me cisco en los recortes del gobierno. El
clima de indignación que hay al menos en Madrid es tremendo. Como me decía ayer
un bombero manifestándose frente a la sede del PP, “no nos vamos a rendir sin
luchar”. No sirve para exculpar a Tatiana, porque si le superan las
circunstancias personales es que quizá no sirve para su trabajo. Pero vuestros
recortes van más allá de números, calan en la sociedad, mueven resortes, y nos
afectan a todos.
Y, para terminar, pienso qué culpa tengo yo en todo esto. Ni
yo ni los de mi generación hemos hecho nada para tener que lidiar con esta
herencia. Vosotros, los que habéis conducido el mundo estos años, sois los que
os lo habéis cargado. Y encima nos miráis con superioridad y nos llamáis vagos,
ninis. A mí no me ha dado tiempo a estafar a ningún banco, a robar a ninguna
asociación infantil, a pegar pelotazos inmobiliarios ni a levantar el cuello
por encima de nadie. Ni a vivir por encima de mis posibilidades. Con poco más
que veinte años no se hacen esas cosas. A vosotros, a Tatiana, a los
politicuchos, firmes pensadores y hacedores del ya mítico “que se jodan”, no os
deseo que os den por culo. Pero no intentéis colármela, que ya no me lo trago. Y
limpiaos la boca… ¿adivináis con qué?